Este verano me fui a trabajar gratis y volví cargado de regalos. ¡Esos regalos que te da la vida cuando aportas sin esperar nada a cambio!
Bueno, pero si os cuento la historia completa no os la vais a creer: Mi mujer y yo cambiamos en pleno Julio una semana de retiro en la playa los dos tranquilitos, sin niños ni familiares, por una semana currando en las cocinas de un campamento. ¿Nos habíamos vuelto locos? Si, también nos lo preguntábamos.
Os pongo en antecedentes: Mis hijos forman parte del grupo Scout de mi localidad desde que se fundó allá por el año 2016. Desde entonces nos ha parecido un proyecto clave en el desarrollo de su personalidad. Y tras unos cuantos años de conocer al equipo de educadores (scouters) creía que tenía claro porqué los niños tenían tal grado de implicación con ellos.
Pero hasta que no me he metido “hasta la cocina” del proyecto no he contrastado de primera mano la trastienda del trabajo que hacían. Y si, literal: ¡Hasta la cocina! Porque pocos días antes del inicio del campamento de verano comunican a todos los padres que por razones de fuerza mayor, no podrá asistir algunos de los componentes de cocina habituales y pedían voluntarios de última hora para el “Comando Perola”.
No sabemos si fue porque las palabras nos llegaron a lo más profundo, si fue por el agradecimiento que sentimos por el grupo, o por las ganas que habíamos tenido siempre de compartir esa experiencia… El caso es que mi mujer y yo nos miramos unos segundos sin decir palabra, pensando con melancolía en la semana de disfrute de pareja que llevábamos ansiando durante tanto tiempo… Y prácticamente al mismo tiempo nos dijimos: “¡Si no es ahora, no va a ser nunca!”
Porque sabemos que nuestros pre-adolescentes en algún momento ya no disfrutarían “tanto” de tenernos TAN cerca en su semana lejos de casa. Porque esa semana para ellos también significa otro tipo de libertad.
A los pocos días ya estábamos en aquel camping de la Sierra de Segura pelando patatas, con 8 días por delante preparando y sirviendo cada desayudo, bocadillos, comida, merienda y cena. Sin apenas descanso. ¡Que bucólico!
Y entiendo que os estéis preguntando de nuevo ¿Os habíais vuelto locos? Pues si, locos por vivir de primera mano las historias que todos los veranos contaban nuestros hijos a la vuelta de los campamentos. Si, vale, tenéis razón; los chicos disfrutando de la semana, haciendo actividades y alguna ruta por la montaña y nosotros metidos en la cocina. ¡ouch!
La verdad que el equipo de cocina, conocido como el “Comando Perola”, también formado por padres voluntarios, era magnífico. Se creó un ambiente de camaradería y buen rollo, contando historias y anecdotas pasadas, presentes y por venir, que la verdad que es por momentos no sabíamos si llorábamos de risa o por la cebolla.
Y luego llegaba el gran momento de servir las 100 comidas. Todas las secciones del grupo iban pasando por orden por la barra para que les sirviéramos la comida y teníamos nuestros 15 segundos de interacción para irlos conociendo uno a uno. En una semana, 32 comidas a cada uno, son muchas conversaciones. ¡y qué de cosas salían!
Desde nuestra mirada profesional (y también con la mirada como padres) íbamos experimentando cómo cada uno de los chavales de entre 7 y 20 años se relacionaba. A muchos los conocíamos en menor o mayor medida, pero era interesante comparar cómo se desenvolvían lejos de los padres, bajo la tutela y guia de otros adultos con unos objetivos el linea con los padres, pero desde un rol totalmente distinto.
Descubríamos cómo las emociones en estado puro guían la expresividad de cada uno, siempre cumpliendo con el compromiso adquirido por unas normas y por un objetivo común de grupo.
Y en los ratos de descanso nos mezclábamos en las actividades especiales del grupo, cargadas de emotividad y de nuevos significados para ellos. Nuevos retos, nuevas responsabilidades y todo ello cargado de momentos de emoción en plena naturaleza y muchas veces bajo las estrellas. Eso no sale en las fotos que habíamos visto otros años.
Impresionante ver cómo desde muy temprana edad se puede ser responsable e independiente en tareas que afectan a uno mismo y a los compañeros.
Asombrosa la implicación de todos, cada uno a su manera y sentida desde su propia personalidad.
Espectacular verles evolucionar y desenvolverse aprovechando la oportunidad de libertad y autonomía que se les brinda estos días.
Muy inspirador el amor que tienen todos por la naturaleza, por la aportación a los demás sin esperar nada a cambio, por mejorar por si mismos y para los demás.
Y un olé por esos scouters, que les regalan horas y horas de su vida personal a lo largo de todo el año preparando actividades semanales y el contenido formativo, la dedicación desinteresada y el amor que tienen hacia todos los educandos…
Resumiendo: Autenticas lecciones de vida que nos llevamos de estos proyectos de personas adultas y sus guías. Y por eso decimos que nos volvimos cargados de regalos. Regalos para la vida.
La playa puede esperar.